REPORTAJE: ¿ADÓNDE FUERON LOS AMOS DEL LADRILLO?
Se los tragó la tierra
Fueron los grandes promotores del 'boom' del ladrillo. Otrora admirados y opulentos, cubrieron España de cemento y deudas. Ahora, con el país hundido por el pinchazo de la burbuja inmobiliaria, han desaparecido del mapa. Este es el relato de sus vidas actuales
LUIS GÓMEZ 06/11/2011
Algunos miembros del selecto club que formaban los nuevos
príncipes de las finanzas, hombres sin pedigrí en el parqué que se
habían vuelto muy avariciosos gracias a las enormes plusvalías obtenidas
con el boom inmobiliario, pensaron aquel martes negro que solo
se trataba de un susto, que el intrépido Enrique Bañuelos había llegado
demasiado lejos y el mercado le estaba dando un toque de atención. Aquel
24 de abril de 2007, Astroc, la compañía de Bañuelos, se desploma en
bolsa y ejerce un efecto contagio sobre las cotizaciones de las
principales inmobiliarias. Pero el suceso no parecía ir más allá. Aquel
día nadie hablaba todavía de crisis inmobiliaria, sino de ralentización.
Es decir, seguía siendo un buen momento para seguir de compras. Para
seguir gastando miles de millones de euros. "Había que bailar mientras
sonara la música", explica un testigo de aquellos días.
- Luis Portillo. Ambición sin límites
- Fernando Martín. Del Real Madrid a la ruina
- ROMÁN SANAHUJA e hijos. Fuera de Cataluña esperaba la ruina
- Enrique Bañuelos. Resurrección en Brasil
- Rafael Santamaría. Una mala apuesta de última hora
- Francisco Hernando. El hombre que soñó una ciudad
- Luis Nozaleda. Una mala pasada en la bolsa
Los protagonistas del 'boom' han desaparecido y se esconden detrás de abogados y agencias de comunicación
Desde que dimitió de Colonial, Portillo se ha recluido en Sevilla, donde trata de salvar su patrimonio personal
Reyal Urbis va por su tercera refinanciación y se ha salvado, por un cambio legislativo, de entrar en disolución
En un viaje a Seseña, 'El Pocero' asegura que oyó una voz que le dijo: "Aquí edificarás una ciudad y le pondrás tu nombre"
Cuatro años y 200 días después de aquel martes negro, a los
protagonistas de los años dorados del mercado inmobiliario se los ha
tragado la tierra. No hay música sino silencio a su alrededor. Se
esconden detrás de abogados o agencias de comunicación, expertas en el
arte de no decir la verdad con buenas palabras, sin que se note
demasiado. No aceptan entrevistas. No acuden a ningún acto social. No
aparecen en reuniones sectoriales, ni están en condiciones de dar
conferencias en escuelas de negocio. Algunos se debaten en la dura lucha
por salvar su patrimonio personal y han vendido sus yates o sus jets,
los dos signos externos que caracterizaron una forma de hacer negocio
en España a base de suelo, cemento y unas grandes dosis de ambición.
"¿Cómo le digo ahora a mi mujer que ya no podrá usar el avión para ir de
compras a Milán?", le confesó uno de ellos a su abogado antes de tomar
tan fatal decisión.
Aquel martes negro de abril de 2007, la
cotización de Astroc cayó un 37,23% y provocó una reacción en cadena que
no tardaría mucho en dejar secuelas. En diez días, el valor estrella de
la bolsa española, cuya cotización había llegado a multiplicarse por
1.000, se desplomó un 63%. Así que fue algo más que un susto. Algunos
bautizaron ese hecho como castatroc haciendo un juego de
palabras: las acciones de Astroc habían pasado de valer 6 a valer 70,
para luego hundirse a precios inferiores a los dos euros. La ruina. Ante
las primeras señales de alarma que cundieron aquella jornada, el
gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, se
limitó a explicar que se trataba de simples correcciones del mercado y
que la desaceleración del sector inmobiliario sería "suave y gradual".
La calidad de los pronósticos de Ordóñez no ha cambiado en todo este
tiempo. Lo que hubo no fue una desaceleración. Fue un derrumbe.
Astroc
no era la mayor empresa inmobiliaria, pero se había convertido en un
símbolo. Nació y creció en los años de expansión. Era hija de la pujanza
del sector. Era una empresa de aspecto moderno en manos de un
empresario joven y dinámico, desconocido por las grandes familias, capaz
de llevar la palabra del sector a la quinta avenida. Bañuelos tenía
algo que a sus competidores les faltaba, un aire nuevo, un don de gentes
inigualable y un buen dominio de la imagen: organizó una paella para
25.000 comensales en Central Park para darse a conocer en Nueva York.
Sabía comportarse en cualquier ambiente, podía hablar durante horas
(aunque fuera de sí mismo), mostraba un espíritu arrollador para los
negocios y una confianza ciega en sus posibilidades: "A mí me dejan
desnudo en Central Park y en 24 horas estoy paseándome por la Quinta
Avenida en una limusina", llegó a decir. Esa frase todavía la recuerdan
hoy los ejecutivos que la escucharon hace cinco años. Bañuelos llegó a
captar para sus inversiones a algunos de los grandes empresarios
españoles, como fue el caso de Amancio Ortega, el dueño de Inditex. Tres
meses después de aquel susto, Enrique Bañuelos dimitió como presidente
de Astroc. Fue el primero en caer.
Alguien le traicionó. Alguien
vendió dos millones de acciones en un momento muy delicado y contribuyó
al hundimiento de Astroc. ¿Quién? Sobre la identidad de ese traidor se
han divulgado muchas teorías y ninguna prueba, pero lo cierto es que los
grandes del sector no se extrañaron con lo sucedido: para llegar hasta
donde habían llegado conocieron muchas traiciones y muchos engaños.
Llegar a lo más alto del sector inmobiliario no ha sido un camino limpio
para nadie. De hecho, todas las compras y ventas realizadas en los años
de la fiebre del oro (del 2003 al 2006) han dejado secuelas en los
tribunales, algunas de ellas todavía sin resolver. La traición y el
engaño forman parte del negocio, como ha quedado en evidencia en el
último episodio conocido.
Hace unas semanas, Luis del Rivero llegó
a su despacho pensando que lo tenía todo cerrado para hacerse fuerte en
la presidencia de la constructora Sacyr Vallehermoso y, a partir de su
acuerdo con la petrolera mexicana Pemex, ejecutar el asalto final a
Repsol. Sus socios, incluido quien había sido su mano derecha y fundador
de la compañía, Manuel Manrique, estaban con él. Eso pensaba. Pero
Manrique cambió de opinión en el último momento y ahora ocupa su cargo.
¿Traición? La versión real de lo sucedido está aun por conocer porque
había asuntos pendientes entre los principales accionistas de
Sacyr-Vallehermoso a cuenta del pasado.
El mérito de Luis del
Rivero había sido diversificar su empresa antes de que llegara el cambio
de ciclo: primero intentó un asalto al BBVA y, cuando fracasó, puso el
punto de mira en Repsol. Entre medias, Luis del Rivero fue protagonista
de muchas conspiraciones en una época donde todo era susceptible de
comprarse o venderse. Repsol terminó siendo su salvavidas.
A
diferencia de Enrique Bañuelos, Luis del Rivero no parecía tener una
doble cara. Se le ha considerado siempre como un personaje poco
comunicativo y autoritario. Nadie le recuerda como un ejecutivo amable.
Pero fue el único de aquella generación que parecía capaz de sobrevivir a
la crisis. El único que ha permanecido al mando de una empresa y podía
mirarle a la cara a los bancos.
Entre la traición a Bañuelos y la
sufrida por Luis del Rivero han pasado cuatro años y 200 días de
pesadilla. Entre Bañuelos (que ha iniciado una nueva vida en Brasil en
el sector agroindustrial) y Luis del Rivero, solo han sobrevivido
aquellos que supieron vender y retirarse antes de tiempo; es decir, los
que ya no están en el negocio, como Manuel Jové, expropietario de Fadesa
y ahora accionista del BBVA. O Mario Losantos, expropietario de
Riofisa. La mayoría de los que se quedaron vive en libertad condicional: son los bancos quienes dictan sus movimientos.
Luis
Portillo es uno de ellos. Un año después de la caída de Bañuelos, hubo
de presentar su dimisión como presidente de Colonial, justo cuando se
había convertido en uno de los grandes a fuerza de adquisiciones que
parecían contradecir la lógica. El pez chico se come al grande
endeudándose hasta las cejas. Ese era el estilo de Portillo, quien
pareció cambiar de modales desde que dejó su hábitat natural, los
alrededores de Sevilla. Si Bañuelos fue el exponente de la escuela
valenciana (donde se creó la figura del agente urbanizador que podía
poner en marcha complejos residenciales sin ser propietario del suelo),
Portillo era de la andaluza, donde las recalificaciones se gestionaban
en estrecha colaboración con los poderes municipales. Portillo es un
personaje clásico: empezó desde abajo, hijo de albañil, para dedicarse a
las reformas de inmuebles. Un hombre muy apegado al terreno, sin
cultura pero con un olfato natural para el negocio del suelo. Esa era su
virtud y eso le permitió grandes ganancias con un estilo de
especulación ortodoxo.
Portillo cambió cuando salió de su territorio.
Comenzó a visitar Madrid. Se hizo asiduo cliente del AVE. Tenía
excedente de recursos y quería comprar. Adquirió participaciones en
bancos como el Santander y el BBVA e hizo un primer asalto a la
inmobiliaria Metrovacesa. Terminó comprando Inmocaral, lo que le
permitió compartir accionariado con figuras relevantes del establishment
empresarial, caso de Amancio Ortega, Alicia Koplowitz o Joaquín Rivero.
Después de Inmocaral intentó una opa a Colonial, una empresa tres veces
más grande, de la que pudo obtener su control. Junto a su asalto a
Colonial, logró comprar un paquete del 15% de FCC y la adquisición de
Riofisa. En apenas un año, entre 2006 y el susto del 24 de abril de
2007, Luis Portillo había gastado en compras 4.000 millones de euros.
Para entonces, algunos de los hábitos de Luis Portillo habían cambiado.
Ya
no era un personaje tan natural. Tan rústico, como le veían en Madrid.
Le había echado el ojo a un avión. Había adquirido un colegio privado
como consecuencia de unas discrepancias entre su esposa y el director
del centro, por un asunto relacionado con los estudios de una de sus
hijas: nada más comprarlo, despidió al director. En presencia de unos
ejecutivos amenazó al gerente de un hotel con comprar el inmueble y
despedir a los trabajadores simplemente porque el personal del
establecimiento no le atendió su petición de bebidas a altas horas de la
noche, según un testigo del incidente. Ese era el nuevo Portillo.
En
diciembre de 2007, Luis Portillo dimitía como presidente de Colonial.
Había pasado menos de un año desde que se mostraba capaz de comprar
cualquier cosa. Colonial debía 10.000 millones de euros. La acción se
había desplomado y pasaba a valer menos de un euro, señal de un final
próximo.
Juan José Brugera pasaba a ocupar la presidencia de
Colonial, un cargo que ya desempeñó antes de que llegara Portillo. Ese
viaje de ida y vuelta tiene su explicación: Colonial era propiedad de La
Caixa antes de que los inversores privados entraran en su capital. Tras
el paréntesis de Portillo, vuelven a ser los bancos los propietarios de
Colonial, principalmente el Popular (9,15%) y La Caixa (5,40%). Y ellos
han decidido devolver a su puesto al antiguo gestor.
Desde
entonces, Luis Portillo ha desaparecido. No viaja a Madrid. Se ha
recluido en Sevilla, donde trata de salvar su patrimonio personal y
gestiona algunas propiedades en su antigua zona de influencia. Su
antigua empresa, Colonial, le ha puesto una demanda según la cual le
pide una indemnización de 669 millones de euros bajo la acusación de que
infló el precio de las compras de FCC y Riofisa. Portillo a su vez
reclama más de 40 millones de euros al BBVA. En una de sus escasas
declaraciones tras su dimisión, Portillo llegó a decir: "Los mismos que
ahora me denuncian pusieron el dinero a mi puerta para comprar FCC o
Riofisa". Portillo se refiere a los bancos y sus analistas, a los que
considera traidores. Los bancos que ahora son dueños de lo que fue su
empresa.
Pero este hecho no es exclusivo de Colonial. También
sucedió con Metrovacesa, que llegó a ser la primera empresa inmobiliaria
del país. En su origen, Metrovacesa perteneció al BBVA, antes de que
hombres como Joaquín Rivero y la familia Sanahuja se disputaran su
propiedad. Después de todo aquello, más del 80% del capital es ahora
propiedad de los bancos.
Durante cuatro años, de 2003 a 2007,
Metrovacesa fue objeto de una intensa lucha por el poder entre Joaquín
Rivero y los Sanahuja, una familia de empresarios que habían hecho mucho
dinero sin salir de Cataluña. Tanto Rivero como los Sanahuja poseían
empresas que tenían un tamaño muy inferior al de Metrovacesa. Y
curiosamente, los Sanahuja acudieron a comprar acciones (un 4%) en ayuda
de Rivero ante una opa lanzada por empresarios italianos. Esa
colaboración se transformó en lucha sin cuartel por el dominio de
Metrovacesa. Nueva traición: los Sanahuja pasaron de tener un 4% a más
de un 20% sin el conocimiento de Rivero. Esa guerra terminó en un pacto:
Rivero se quedó con una empresa francesa, Gecina, y los Sanahuja
pasaban a desempeñar el control de Metrovacesa.
De haber sido unos
gestores prudentes y poco dados a exponerse en público, los Sanahuja
también cambiaron de comportamiento. Alquilaron (o compraron) aviones
para vivir entre Madrid y Barcelona. Bajo su mando, Metrovacesa
emprendió una alocada carrera de compras, sobre todo en el exterior.
Adquirieron la sede del HSBC en Londres por 1.600 millones de euros (que
luego vendieron por 1.000), activos en Alemania por valor de 280
millones, un complejo inmobiliario en Londres junto a compromisos para
levantar un complejo de oficinas diseñado por grandes arquitectos, entre
ellos Norman Foster. A finales de 2007, la deuda financiera de
Metrovacesa alcanzaba los 7.000 millones de euros, 14 veces su beneficio
bruto de explotación.
El 26 de octubre de 2010, Román Sanahuja
dejaba la presidencia de Metrovacesa. Sacresa, la empresa familiar,
presentaba concurso de acreedores con una deuda de 1.800 millones. La
participación de los Sanahuja en Metrovacesa no alcanza ya el 2% cuando
llegó a superar el 80%. Los bancos se hicieron propietarios de la
compañía.
"El problema es que la suma del crecimiento del crédito
junto al incremento del precio de la vivienda hizo solvente a mucha
gente", explica el experto José Luis Suárez, profesor del IESE y autor
de la página profsuarez.com. "Se cometieron dos errores. Uno, crecer
demasiado. En 2006, el crédito de la banca al sector de la construcción e
inmobiliario creció más del 40%. Otro error fue que no se tuvo en
cuenta la vulnerabilidad de muchas empresas por el excesivo
endeudamiento. Y finalmente se gestionó mal la crisis. El crédito
concedido al sector sumaba cerca de 430.000 millones de euros y después
de cuatro años esa exposición sigue estando en 415.000. A nivel
macroeconómico no se ha hecho nada. Hay que tener en cuenta que la deuda
soberana en los bancos españoles está en unos 220.000 millones de
euros. El problema es que el sector no puede pagar porque solo los
intereses anuales deben ser algo más de 20.000 millones y no se genera cash flow para pagarlos".
Algunos
analistas culpan a los bancos de lo sucedido. Y a las compañías
tasadoras, algunas de ellas propiedad de esos mismos bancos. Nadie quiso
ver que los activos se sobrevaloraban, que los créditos eran cada vez
más arriesgados, que el mercado se había vuelto tan loco que los peces
chicos se estaban comiendo a los grandes.
La actitud de los bancos
tiene alguna explicación: sacaban sus beneficios de estas compras. Así
sucedió con Banesto, propietaria de la inmobiliaria Urbis, cuando Rafael
Santamaría llamó a su puerta. Santamaría era propietario de Reyal, una
empresa que tenía la mitad de tamaño que Urbis. Pero no importaba: había
crédito para todo. Y Banesto cobraba 1.600 millones por la venta del
50,27% de Reyal. Urbis había firmado un crédito sindicado de 4.000
millones con entidades como SCH, Cajamadrid y Banco de Sabadell. Rafael
Santamaría declaraba por entonces que haría más compras, seguramente
para el año 2007. Salir a bolsa era una forma de poner en valor la
fortuna adquirida por algunos de estos personajes a lo largo de los
últimos años. Adquirir tamaño para luego diversificar. Pero nada de esto
ha sucedido. Reyal Urbis va por su tercera refinanciación de una deuda
que asciende a 3.654 millones de euros y se ha salvado, por un cambio
legislativo, de tener que entrar en disolución. Los bancos siguen
determinando la actividad de la compañía, que reconoce, a través de un
comunicado, que ha facturado un 46% menos por venta de pisos que hace un
año. Y que esa venta ha constituido la primera fuente de ingresos del
grupo.
Rafael Santamaría fue durante esos años de oro un hombre
accesible a la prensa. Jugaba a los pronósticos con el sector
inmobiliario (llamó normalización al principio del desplome) y era
conocido en ciertos foros como el constructor amigo de José Bono,
presidente del Congreso en la última legislatura. A Santamaría le
gustaba filtrar noticias a los periodistas, sobre todo las relacionadas
con sus competidores, y alardeó durante un tiempo de que a él no le
pasaría como a Fernando Martín o a Luis Nozaleda, que se vieron
obligados a presentar concurso de acreedores. Él iba a optar por
refinanciar. Lleva tres refinanciaciones y no puede dar un paso sin el
permiso de los bancos.
Santamaría compartió con Francisco Hernando, conocido como El Pocero, relaciones
con José Bono y actividad en Castilla-La Mancha. Pero El Pocero nunca
aspiró a ser un grande aun cuando se convirtiera en uno de los
constructores más conocidos gracias a su megaproyecto de Seseña
(Toledo), a sus cuitas con el alcalde y a ciertos aspectos de su
conducta que le convertían en el hombre que mejor cuadraba con los
peores aspectos del estereotipo del constructor: un hombre sin cultura,
de gustos horteras. El Pocero quiso edificar algo parecido a una ciudad
porque, según comentó en su autobiografía, tuvo una revelación una tarde
que observaba los parajes desolados de Seseña y escuchó una voz que le
dijo: "Aquí construirás una ciudad a la que le pondrás tu nombre". Así
nació la ciudad residencial Francisco Hernando. La crisis dejó su
proyecto a medias: vendió su yate, dejó a los bancos las viviendas
vacías y se refugió bajo el manto de un jefe de prensa, el conocido
periodista Alfredo Urdaci, cuya primera gestión fue la de anunciar un
megaproyecto en Guinea Ecuatorial, de común acuerdo con el dictador
Obiang, para construir 20.000 viviendas. Aquella promesa fue puro humo.
Pero
quien le terminó poniendo rostro al hundimiento del sector fue el
empresario Fernando Martín. Por varios motivos. Uno, porque adquirió una
breve notoriedad cuando sustituyó en la presidencia del Real Madrid a
Florentino Pérez. Sin pretenderlo, se convirtió en un personaje para los
imitadores y una víctima propiciatoria de las tensiones del fútbol.
Hubo de convocar elecciones y desapareció del escenario sin pena ni
gloria. Como movido por el destino, a partir de entonces todos sus actos
adquirieron notoriedad. Tal fue así cuando adquirió Fadesa en 2006 por
4.000 millones de euros para convertir a la nueva Martinsa-Fadesa en una
de las grandes del sector. Dos años después de la compra, Martín
anunciaba el mayor concurso de acreedores de España: su empresa tenía
una deuda de 5.200 millones de euros.
Fernando Martín dejó las
entrevistas hace tiempo. Responde por él una agencia de comunicación que
señala que Martín "se ha volcado en la gestión del mayor proceso
concursal de España hasta culminar su salida en marzo de 2011". La
agencia califica de "relevante" que Martinsa-Fadesa "sea la única gran
inmobiliaria en la que el presidente y el Consejo de Administración de
hace cuatro años siguen gestionando la compañía, frente a los cambios
habidos en otras grandes compañías como Metrovacesa, Reyal (de facto),
Vallehermoso, Colonial o Hábitat". La alusión a Reyal tiene doble
intención, porque Santamaría sigue siendo su presidente, al menos en
teoría. La nota también precisa que Martinsa reclama 1.576 millones a
los anteriores dueños de Fadesa por haber ejecutado "un plan
conscientemente dirigido a obtener una muy notable sobrevaloración de la
compañía mediante la aportación de información falsa a la empresa
responsable de la tasación de los activos". Teniendo en cuenta que
aquella opa de Martinsa a Fadesa fue declarada como amistosa, puede ser
que se produjera un nuevo caso de traición o engaño.
Sin embargo,
algunas cifras de Martinsa no dejan de ser reveladoras de cómo está el
sector: en 2010 vendió 1.170 viviendas sobre plano, de las cuales sólo
48 fueron en España. En 2011, llevan 717 ventas sobre plano. ¿Cuántas en
España? Ninguna.
Pedro Pérez, presidente del denominado G-14,
donde se concentran las grandes empresas del sector, reconoce que muchas
de estas empresas en apuros están en la tercera renegociación de sus
deudas ("están trihipotecados", dice el abogado de una de estas
empresas). "Estamos en el quinto año y no se ve luz en el horizonte. Las
licitaciones de obra nueva se están hundiendo. No hay nada igual desde
que existen estadísticas. El sector ha expulsado ya un millón de empleos
directos y se ve más de lo mismo. Estamos vendiendo la quinta parte de
lo que se vendía en 2006. Qué sector aguanta esto". Hace cuatro años y
200 días que la música no suena para nadie en el sector inmobiliario.
Luis Portillo. Ambición sin límites
Empresario de Dos Hermanas (Sevilla), Luis Portillo ganó fortuna en los alrededores de la capital andaluza.
Hombre sin estudios, conoció en 2004 a Joaquín Rivero y decidió dar el salto a los negocios en Madrid entrando en el capital de Metrovacesa. Fue el inicio de la vorágine bursátil: se hizo con Inmocaral (antigua Fosforera), cuyas acciones se dispararon de precio. Después adquirió Colonial, luego entró en el accionariado de FCC y se hizo con el 100% de Riofisa, que compró por 2.000 millones de euros, aunque algunos expertos valoraban esta compañía en 400 millones. La bolsa hundió sus proyectos. Regresó a Sevilla para tratar de salvar su patrimonio personal. Los accionistas de Colonial ahora le reclaman 696 millones. -
Hombre sin estudios, conoció en 2004 a Joaquín Rivero y decidió dar el salto a los negocios en Madrid entrando en el capital de Metrovacesa. Fue el inicio de la vorágine bursátil: se hizo con Inmocaral (antigua Fosforera), cuyas acciones se dispararon de precio. Después adquirió Colonial, luego entró en el accionariado de FCC y se hizo con el 100% de Riofisa, que compró por 2.000 millones de euros, aunque algunos expertos valoraban esta compañía en 400 millones. La bolsa hundió sus proyectos. Regresó a Sevilla para tratar de salvar su patrimonio personal. Los accionistas de Colonial ahora le reclaman 696 millones. -
Fernando Martín. Del Real Madrid a la ruina
El dueño de Martinsa nació en Trigueros del Valle, Valladolid, en
1947. Tiene 64 años. Es licenciado en Químicas. Hasta 2006 llevó una
trayectoria muy discreta. Se sabía que era uno de los grandes
propietarios de suelo de España, pero ese dato no era de dominio
público. Fue en 2006 cuando saltó a la fama: siendo directivo del Real
Madrid, asumió la presidencia tras la marcha de Florentino Pérez. Su
mandato duró dos meses. Consejero y accionista de grandes empresas, dio
el gran golpe con la compra de Fadesa. Fue una ruina. En 2008,
Martinsa-Fadesa declaraba la mayor suspensión de pagos de España con una
deuda superior a 5.000 millones de euros. Reclama a los dueños de
Fadesa casi 2.000 millones por sobrevalorar sus activos.
ROMÁN SANAHUJA e hijos. Fuera de Cataluña esperaba la ruina
Los Sanahuja fueron empresarios muy conocidos en Cataluña, donde la
empresa familiar cosechó sus primeros éxitos construyendo viviendas para
los inmigrantes en los años 60. Se habían hecho con un prestigio y una
sólida fortuna. Invitados por Joaquín Rivero a adquirir un pequeño
paquete de acciones en Metrovacesa, terminaron convirtiendo esas
acciones en la punta de lanza de una larga batalla por dominar esa
empresa, la primera inmobiliaria de España. Su empeño por superar otras
propuestas encareció la compra. Terminó cambiando acciones por deuda y
no fue suficiente: el negocio familiar pagó la factura y entró en
concurso de acreedores. Sus acciones en Metrovacesa se han reducido a
poco menos de un 2% -
Enrique Bañuelos. Resurrección en Brasil
Astroc surgió como una pequeña inmobiliaria en el litoral levantino,
presidida por un joven y desconocido empresario nacido en Sagunto
(1966), Enrique Bañuelos.
Bañuelos tenía grandes planes para Astroc. Sacó a bolsa la compañía y la convirtió en la estrella del parqué con una revalorización que llegó a alcanzar el 1.000%. En 2006 Bañuelos entraba en la lista Forbes de los hombres más ricos. La buena racha se torció. Dejó España y se marchó a Brasil donde fundó la inmobiliaria Veremonte, con la que pretende levantar una ciudad sanitaria en Sao Paulo. Ahora ha diversificado y ha entrado en el sector agroindustrial. Domina la sociedad Vanguarda Agro, el mayor grupo industrial de Sudamérica. Pretende entrar también en el sector de la energía. -
Bañuelos tenía grandes planes para Astroc. Sacó a bolsa la compañía y la convirtió en la estrella del parqué con una revalorización que llegó a alcanzar el 1.000%. En 2006 Bañuelos entraba en la lista Forbes de los hombres más ricos. La buena racha se torció. Dejó España y se marchó a Brasil donde fundó la inmobiliaria Veremonte, con la que pretende levantar una ciudad sanitaria en Sao Paulo. Ahora ha diversificado y ha entrado en el sector agroindustrial. Domina la sociedad Vanguarda Agro, el mayor grupo industrial de Sudamérica. Pretende entrar también en el sector de la energía. -
Rafael Santamaría. Una mala apuesta de última hora
La sociedad inmobiliaria que Rafael Santamaría (padre) fundó en 1970,
fue el germen de una pequeña constructora que se convertiría en
promotora. Rafael Santamaría (hijo) transformó su herencia en el imperio
Reyal Urbis.
Dueño de Rafael Hoteles, este aparejador, que fue presidente de la patronal de promotores de Madrid (Asprima), ha hecho el grueso de sus negocios en el sector inmobiliario. Su amistad con José Bono, el presidente del Congreso, ha terminado relacionándole con informaciones de supuestos tratos de favor. Su gran operación se produjo en 2007. Reyal engulló Urbis, la inmobiliaria de Banesto. La operación coincidió con el reventón de la burbuja inmobiliaria. Ha renegociado tres veces su deuda y acaba de salvarse de la disolución de la empresa. -
Dueño de Rafael Hoteles, este aparejador, que fue presidente de la patronal de promotores de Madrid (Asprima), ha hecho el grueso de sus negocios en el sector inmobiliario. Su amistad con José Bono, el presidente del Congreso, ha terminado relacionándole con informaciones de supuestos tratos de favor. Su gran operación se produjo en 2007. Reyal engulló Urbis, la inmobiliaria de Banesto. La operación coincidió con el reventón de la burbuja inmobiliaria. Ha renegociado tres veces su deuda y acaba de salvarse de la disolución de la empresa. -
Francisco Hernando. El hombre que soñó una ciudad
Francisco Hernando, conocido como El Pocero, empezó desde abajo,
limpiando fosas, cañerías, poniendo ladrillos y construyendo casas. Con
los años fue extendiendo sus actividades en los alrededores de Madrid
(Villaviciosa de Odón, Boadilla...) al tiempo que esa expansión iba
relacionada con incidentes escandalosos y con denuncias de alcaldes que
se sentían amenazados por él. Su gran obra iba a ser Seseña y fue otro
escándalo: una ciudad con 13.500 viviendas. El proyecto quedó inacabado.
Le dejó las viviendas vacías a los bancos y vendió sus dos yates, el Clarena I, adquirido por Villar Mir en 30 millones, y el Clarena II, con el doble de eslora del Fortuna de la Casa Real, comprado por un sudamericano por 58 millones.
Luis Nozaleda. Una mala pasada en la bolsa
Luis Nozaleda, presidente del grupo Nozar, un conglomerado de
empresas propiedad de la familia Nozaleda, llegó a figurar en el puesto
número 36 de los hombres más ricos de España según la revista Forbes.
Había invertido en las compañías cotizadas que mejor marchaban en bolsa,
entre ellas Colonial, Astroc y Aisa. El valor de sus acciones en el
mercado llegó a alcanzar los 1.000 millones de euros, según algunas
fuentes. Pero llegó el hundimiento de estas compañías y esa valoración
se evaporó. Compró valores y compró suelo en el peor momento. Luego
llegaron el concurso de acreedores y una dramática venta de los
numerosos activos de la empresa. Pasa por ser el de comportamiento menos
soberbio de aquellos magnates.