Este artículo fue recomendado por el economista Gabriel Oddone en Twitter. Aunque se refiere a España resulta una reflexión bien interesante
De cómo la burbuja destruyó instituciones
El otro día mencionaba en Twitter que la selección de élites es a la Ciencia Política lo que la productividad es a la Economía: sabemos que es importante, sabemos que hacerlo bien o mal explica un montón de cosas, y realmente no tenemos una teoría explicando cómo mejorarla. Tener buenos políticos es importante, pero no tenemos demasiada idea sobre cómo producirlos o de dónde salen.
Jesús Fernández-Villaverde, Luis Garicano y Tano Santos se preguntan precisamente eso en un artículo reciente. Los autores se dan cuenta que la toma de decisiones en muchos países de la eurozona empeoró de forma dramática en los años inmediatamente anteriores a la crisis, y no parece haber mejorado durante la gran recesión. No que los políticos españoles hubieran sido espectaculares pre-burbuja, pero las élites de los dos partidos parecen haberse vaciado de talento de forma inexplicable.
Los autores creen que esta caída en la calidad de muchos gobiernos europeos se debe, en gran medida, a la misma burbuja financiera. En tiempos “normales”, cuando la economía de un país no está creciendo de forma desaforada gracias a toneladas de crédito exterior con tipos de interés reales negativos, cuando un político incompetente comete un error de bulto es relativamente fácil identificarle. Los votantes ven un proyecto fallido, un aumento del déficit, un frenazo al crecimiento económico o una empresa cerrando, y el líder político que ha tenido la brillante idea de hacer experimentos es derrotado en las urnas.
En tiempos de burbuja financiera, sin embargo, este mecanismo se debilita enormemente. Primero, dado que la economía está creciendo de forma artificial muy por encima de su velocidad de crucero habitual, los errores son mucho menos visibles. Un alcalde o gobierno autonómico puede estar llenando su terruño de elefantes blancos sin orden ni concierto, pero dado que los ingresos fiscales están creciendo sin parar el presupuesto parece no resentirse nunca. Con los mercados financieros dando crédito a todo aquel que pida, de hecho, el político medio ni siquiera tiene que preocuparse por recaudar impuestos; con tipos de interés negativos ni siquiera tiene una restricción presupuestaria a corto-medio plazo.
Esta relajación sobre el control de los políticos no es sólo cosa de los votantes; los mismos políticos tenderán a dejarse ir al cabo de un tiempo. Un político español en el 2005-2006 tenía bastantes motivos para creerse invencible: la economía crecía sin parar, todo el mundo te prestaba dinero como si fueras la mejor inversión del mundo y todo proyecto que impulsabas parecía enormemente rentable. Si todo lo que haces parece funcionar, a medio plazo empezarás a creer que las recetas económicas de tiempos pasados (cosas como no gastar lo que no tienes, creer que el déficit exterior de una economía es un problema o que el precio de la vivienda a veces baja) ya no son relevantes, y dejarás de prestarle atención. La esencia de una burbuja financiera es que los pesimistas están en los correcto a largo plazo, pero parecen estar profundamente equivocados a corto (“mira, la economía sigue creciendo. ¿Qué crisis?”), así que sus ideas pronto dejarán de ser populares dentro del partido. Es la historia del PSOE echando a Solbes, o Rajoy prescindiendo de Pizarro a pesar que ambos se daban cuenta que estábamos en una espiral insostenible. El resultado son élites que “olvidan” cómo funciona la economía, y creen que los años de la burbuja eran normales.
Segundo, en tiempos burbujiles los políticos pueden actuar de forma estratégica dando señales erróneas a los votantes. Dado que el estado tiene una restricción presupuestaria muy débil cuando el crédito es tan abundante (“el dinero sobra”), uno siempre puede aprobar medidas que dan réditos enormes a corto plazo sin prestar atención a costes futuros. De nuevo hablamos de esa miriada de elefantes blancos por todo el país, aeropuertos vacios y (me temo) algunas líneas de AVE espantósamente inútiles. Las entidades financieras, por supuesto, también participan en este juego, concediendo créditos a todo aquel que tenga pulso, por mucho que vayan a saltar por los aires diez minutos después. Total, ellos ya ha cobrado su bonus o salido reelegidos.
Tercero, y de forma expecialmente significativa en España e Irlanda, una burbuja inmobiliaria es notoriamente complicada de traducir. La competitivad industrial o las exportaciones son fácilmente comparables; es fácil ver cuando un país está haciendo las cosas bien o mal. El precio de un apartamento en Torremolinos, sin embargo, es bastante más complicado de analizar de forma aislada; es muy complicado predicir su valor de aquí cinco años, y mucho más complicado saber si el préstamos que financió su construcción y compra es sólido o basura apestosa, especialmente cuando todo en la economía parece estar desafiando la ley de la gravedad.
Para terminar, tenemos el problema del aprendizaje de los políticos y élites financieras, o más concretamente como estos pueden acabar creyendo que todo lo hacen bien. Es casi imposible castigar a los malos y premiar a los buenos en una burbuja, precisamente porque no vemos a los malos en ningún sitio. Cuando un político se acostumbra a ganar elecciones, un banquero a ser regado con millones y nada parece salir mal, este acabará deportando a sus críticos y rodeándose de cretinos igualmente convencidos que todo es maravilloso. Cuando llega la crisis, el resultado es una élite política encantada de haberse conocido con un montón de proyectos que de repente tienen costes muy reales y con miles de inversiones que resulta eran una idea horrible apareciendo simultáneamente.
Una burbuja financiera, por tanto, no sólo es un desastre económico: potencialmente, tiene un coste político enorme. El mecanismo central de una democracia es tener un sistema con el que apartamos a los inútiles y premiamos a los competentes. En la década pasada la burbuja hizo casi imposible detectar a los idiotas, y les dio herramientas de sobras para que estos se regaran de premios. La burbuja vació las élites de talento, y encima dejó un legado de cretinos que se creen maravillosos al mando. Es una conclusión deprimente.
Leed el artículo, en serio. Vale la pena.